Jim Callaghan (bastante brevemente), y antes que él Harold Wilson, con un breve interludio cuando el conservador Edward Heath sirvió como primer ministro. Los tres siguieron políticas similares, buscando gastar dinero público para estimular el crecimiento y limitar los salarios en toda la economía para controlar la inflación. Estas políticas fueron ampliamente efectivas (y en muchos sentidos esta fue una “edad de oro” para el Reino Unido que no se había igualado antes o después), excepto en dos ocasiones en que los sindicatos rechazaron la restricción salarial. El primero fue a principios de la década de 1970, cuando una huelga salarial de los mineros condujo a elecciones generales anticipadas y a un cambio de gobierno. La segunda fue a principios de 1979, cuando huelgas generalizadas ayudaron a Thatcher a ganar su primera elección.
Thatcher respondió a esta historia de dos maneras. Primero fue su determinación de destruir los sindicatos, lo que era casi una obsesión. Ella preparó su confrontación con los mineros durante un período de años y luego usó todos los recursos del estado para derrotar su gran huelga y luego cerró gradualmente la industria minera. El segundo fue su enfoque para controlar la inflación limitando el gasto público en lugar de los salarios. En ambos aspectos, rompió radicalmente con las formas habituales de administrar el país, y gran parte del daño que causó aún no se ha reparado.