“Los arios son responsables de todos los grandes logros”. Para Hitler, la historia aria era una redundancia. Todos los pueblos que hicieron historia, o “creadores de cultura”, para usar su término preferido, habían descendido de los arios. Si un pueblo como los japoneses o incluso los temidos rusos podían presumir de un logro, se debía a “una gota de sangre aria todavía presente en sus venas”. Hitler creía que los arios se habían originado en el norte de Europa y luego se vieron obligados a emigrar por cuenta de la última edad de hielo. Esto fue una bendición para la humanidad, ya que estos conquistadores arios de África y Asia habían creado las poderosas civilizaciones egipcia, griega e hindú, entre otras. Según esta teoría, sus migraciones habían llegado hasta el Tíbet, y en la década de 1930 Himmler envió la rama arqueológica y antropológica de las SS para confirmar los lazos de sangre entre nórdicos y tibetanos, de los cuales se encontró poca evidencia concreta.
Los no arios podrían ser creativos. Hitler a menudo elogió a los incas por su sistema de carreteras y a los chinos por sus capacidades militares. La única excepción fue “El judío, que es un destructor de la cultura migrante, por cuyo crimen debe ser removido de Europa”.
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