Rusia, que se extiende a horcajadas sobre Europa y Asia, ha buscado un papel en el resto de Europa desde el reinado de Pedro el Grande a principios del siglo XVIII. Una alianza con Ucrania lo conserva. “Sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio euroasiático”, escribió en 1998 el politólogo estadounidense Zbigniew Brzezinski. El presidente ruso, Vladimir Putin, quiere que Ucrania se una a su bloque comercial de la Unión Euroasiática, no a la Unión Europea. La flota naval rusa del Mar Negro tiene su sede en Sebastopol, una antigua ciudad rusa que ahora pertenece a Ucrania. El año pasado, Gazprom (OGZPY), controlado por el estado de Rusia, vendió alrededor de 160 mil millones de metros cúbicos de gas natural a Europa, un cuarto de la demanda europea, y la mitad de eso viajó a través de un laberinto de tuberías ucranianas. Esas tuberías también suministran fábricas ucranianas que producen acero, petroquímicos y otros productos industriales para la venta a la Madre Rusia. “Ucrania probablemente esté más integrada que cualquier otra ex república soviética con la economía rusa”, dice Edward Chow, miembro del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington.
O bien, podría ser con los recientes descubrimientos de gas natural en las costas de Ucrania.