Se puede suponer que, como sabios, todos los emperadores hasta el final del Imperio Romano podían leer y escribir latín. Ioannes VIII, por ejemplo, asistió a un consejo en Florencia en la década de 1400 y entabló conversaciones con los otros asistentes de la Europa del Papa. Aunque podría haber sido con la ayuda de un traductor, los logros prolíficos indicarían un conocimiento delicado del idioma occidental entre el Emperador y su corte acompañante.
El cambio del latín al griego en los años 600 se realizó para toda la documentación oficial y para todos los funcionarios inferiores. Ayudó a acelerar la comunicación y la comprensión dentro del Imperio Romano, mientras que fuera de su dominio, los embajadores en países extranjeros presumiblemente aprenderían el idioma diplomático de cada nación. Habiendo sido típicamente latino, no fue difícil aprender un idioma y comunicarse con toda Europa occidental.