Porque, al menos desde el siglo XIV, ha habido un objetivo principal inquebrantable y continuo de la política exterior seguida por Inglaterra (o por Gran Bretaña después de 1707 y el Reino Unido después de 1800). Ese objetivo principal ha sido contener, desafiar, resistir y, cuando sea necesario, luchar, cualquiera que sea el país que sea el poder militar y económico dominante en el continente de Europa en cualquier momento.
En varias ocasiones, ese poder europeo dominante ha sido España (la segunda mitad del siglo XVI), Alemania (entre 1890 y 1945) y Rusia (en el período post-napoleónico inmediato y durante la Guerra Fría). Pero en los últimos seiscientos o setecientos años, Francia ha desempeñado ese papel durante un período mucho más largo, en total, que los otros tres países juntos. Episodios notables de confrontación anglo-francesa (la mayoría de los cuales involucraron a otros países europeos aliados con uno u otro lado) durante esos siglos han incluido la Guerra de los Cien Años, las guerras del reinado de Enrique VIII, la Guerra de la Gran Alianza, la Guerra de la Sucesión española y la Guerra de los Siete Años, que culminó en las Guerras Napoleónicas. Desde aproximadamente mediados del siglo XVIII en adelante, las razones subyacentes de la rivalidad anglo-francesa se referían a enfrentamientos de ambición colonial fuera de Europa tanto como a cuestiones puramente basadas en Europa.